En América del Sur existen cuatro especies de camélidos: la alpaca, el guanaco, la llama y la vicuña.
El guanaco, bello, resistente y tenaz
Habrá quien piense que, siendo tan bello y de rasgos tan delicados, el guanaco necesita cuidados especiales; pero lo cierto es que habita las zonas más inhóspitas, desde los elevados Andes hasta la Patagonia y Tierra del Fuego, en el sur de la Argentina y Chile. En este difícil medio come tallos y raíces, y bebe el agua aunque sea poco apta para el consumo. Es buen nadador y al correr alcanza los 65 kilómetros por hora. Tiene gruesas pestañas que lo protegen del viento, el sol y el polvo. Por desgracia, los cazadores furtivos no dejan de matarlo para obtener carne, cuero y lana, que es más fina que la de la alpaca.
La alpaca, siempre bien abrigada
En regiones donde reinan las temperaturas bajas pero puede haber diferencias de 50°C en el mismo día, la alpaca tiene la dicha de tener todo el cuerpo recubierto de un grueso y mullido abrigo de lana, que aunque suave, es más resistente que la de oveja. Tiene el hocico alargado, lo que le permite alcanzar las hojas del ichu (paja brava) que crece en estrechas grietas entre las rocas, aunque prefiere los sitios pantanosos, donde encuentra retoños tiernos. Con todo, al igual que los demás camélidos, es capaz de soportar muchos días sin beber agua.
La vicuña: más lujo imposible
Aunque la vicuña habita las tierras altas de los Andes con temperaturas próximas al punto de congelación, cuenta con un cómodo y ligero abrigo de pelo corto —considerado la fibra animal más cara del planeta— y con un mechón de lana en el pecho que le sirve de bufanda. Un ejemplar adulto produce menos de un kilo de vellón cada dos años, por lo que su lana es un bien escaso y caro. Tanto es así que un metro de tela puede costar más de 3.000 dólares.
La llama, bestia de carga de los Andes
Sin ser tan fuerte como el burro ni tan veloz como el caballo, la llama deja atrás a ambos como bestia de carga. Soporta 60 kilos, pero si el peso le resulta insoportable, se echa y no cede hasta que se lo quitan. En el caso de que traten de obligarla a andar, es capaz de regurgitar alimento del primero de sus tres estómagos y escupirlo con sorprendente precisión y fuerza.
Lo común, sin embargo, es que sea dócil, por lo que el arriero cariñoso puede guiar una larga caravana por inhóspitas mesetas, a alturas que no soportan otros animales por la falta de oxígeno. Es posible que la soga, el arnés y la montura que lleva estén hechos de su misma lana.
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